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LOS HOMBRES Y LAS MUJERES  

Recuerdo aquel día en la terraza. Tuvimos una conversación sobre los hombres y las mujeres.

 

¿Te acuerdas?

 

Era una situación irónica... Yo, sentada en una silla, trabajando con una lija los cantos de una joya dorada. De repente, apareces tu. Con la mirada perdida en el tiempo y en el espacio.

 

La verdad es que desde el primer momento supe que estabas colocado, y no me gustó la idea.

Obviamente, no te sentaste en una silla a mi lado; eso era demasiado civilizado para tu psicodélica situación. Así que, con toda tu elegancia y suavidad, apoyaste tu cuerpo sobre las baldosas ardientes de nuestro humilde apartamento.

 

Por momentos veía que te ibas, por eso, te pedí que me hablaras de algún tema; que charláramos sobre algo.

 

Tú me dijiste "¿cuál?"

 

"Háblame de los hombres y de las mujeres" dije yo.

 

Tú hablabas y yo escuchaba cómo tus palabras lentas y arrastradas iban poco a poco cobrando sentido. En un momento mencionaste la maternidad, el instinto materno. Esa idea se me quedó grabada por unos instantes...

Justo después, comenzamos una conversación sobre esto. El caso es que no recuerdo bien lo que dije...y ojalá pudiera recuperar una sola idea. Pero los instantes son únicos y efímeros, para que no pierdan su sentido.

 

Decía que el conflicto entre la relación del hombre y la mujer nace del instinto materno de ella.

 

El hombre ama a la mujer.

 

La mujer ama al hombre.

 

El amor de una mujer por su hombre nunca será incondicional como el amor de una madre hacia su hijo. Sin embargo, la mujer siente una especie de instinto materno al encontrarlo a él, al hombre. Instinto que contradictoriamente va cambiando: a veces ella se siente madre; otras, se siente hija.

Estos dos individuos, hombre y mujer, se pierden en un mar de odio, amor, celos, confusiones y sentimientos contradictorios.

Curiosamente, estos siempre van de la mano...

 

La mujer nunca podrá tener al hombre; porque el hombre es a su vez hijo, pero no de su mujer, sino de su madre.

 

                                                     .........

 

 

Por eso a mí me gustó tu compañia. Porque allí, en esa casa-ciudad, en esa realidad paralela medio en ruinas, no se creaba el conflicto de madre-hijo. Contigo yo solo era hija. No había juegos de roles ni palabras encasillantes. Todo claro y real:  tú eras hombre; yo, mujer. Tú eras padre; yo, hija. 

 

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Joya hecha a mano.

Latón y cobre lijados bajo el sol de

Casa Calabria

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